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Palomas de la paz en Colombia
por Carolyn Oxlee |
Roma
no se construyó de la noche a la mañana y sentar
las bases de la paz es una empresa igualmente lenta y laboriosa.
La Cruz Roja Colombiana (CRC) se propone edificar una sociedad
exenta de violencia, tarea en la que se empeña con
todo la valentía y la paciencia del caso. |
“Qué bella y verde es Colombia, ¿verdad?”
me dice el taxista y añade “y qué violenta”.
Esta afirmación no corresponde exactamente a lo que
uno se imagina, sobre todo por la amplitud del problema. Junto
a la violencia ligada al narcotráfico, de la que tanto
se habla en el extranjero, convive la violencia política
y de la guerrilla, la violencia de los delincuentes comunes,
las disputas mortales entre familias y la violencia familiar
cuyas víctimas propiciatorias son las mujeres y los
niños.
En cualquier edición de El Espectador se
pueden leer noticias como éstas: una niña de
dos años resultó muerta de un tiro en la cabeza
cuando unos hombres a bordo de un taxi dispararan contra su
casa; la policía descubre 6 lanzacohetes listos para
disparar contra el Ministerio de Defensa.
La violencia ha estado presente en la vida colombiana durante
la mayor parte del siglo, y aunque en los últimos años
no haya ocupado la primera plana internacional es constante:
En 1995, cobró 40.000 vidas, lo que corresponde a uno
de los índices más altos del mundo.
Desde 1910, Colombia está dividida en dos bandos políticos:
el liberal y el conservador. Tener actividades políticas
es empresa sumamente riesgosa y los asesinatos políticos
son moneda corriente. Los tres grupos guerrilleros son muy
activos. En un principio luchaban contra la injusticia social,
la pobreza y la corrupción, y trataban de proporcionar
a sus comunidades la protección y servicios que el
gobierno no les suministraba. Hoy, unos aseveran que la guerrilla
ha perdido toda motivación ideológica y otros
afirman lo contrario.
Sea como sea, el gobierno y la guerrilla se afrontan en gran
parte del país. A este conflicto se suma la actividad
de los grupos paramilitares o de autodefensa, que resisten
a la guerrilla en aquellas zonas donde el ejército
no está presente.
La cocaína ha transformado el caldo de cultivo de
las tensiones políticas tradicionales en una mezcla
explosiva de efectos escalofriantes. Presionado por los Estados
Unidos, principal destinatario del narcotráfico colombiano,
el gobierno se esfuerza por poner coto a la exportación
de droga, pero los traficantes, en el afán de preservar
su riqueza y poder, recurren a la violencia contra todo aquel
que se atraviesa en su camino. |
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Artífices de la paz
En medio de esta violencia, la CRC actúa con gran
lucidez. “El colombiano es violento”, dice lisa
y llanamente el Dr. Guillermo Rueda, Presidente de la CRC,
afirmación fundada en un conocimiento cabal del fenómeno
y que ha permitido que la dinámica Sociedad Nacional
obre contra la violencia y se dedique a forjar la paz.
“Para lograr la paz no basta con ganar la guerra; intervienen
muchos factores de orden económico, sociológico,
político y educativo; por lo tanto hay que actuar pasito
a paso con gran paciencia” - explica el Dr. Rueda.
De ahí que la labor de la CRC abarque diversos programas
destinados a erradicar las causas de la violencia, es decir,
la ignorancia, la pobreza y el de-samparo de la infancia.
Asimismo, se esfuerza por difundir el derecho internacional
humanitario, promover el de-sarrollo y llegar a los niños,
tareas que viene realizando desde hace tiempo y en forma lenta
pero segura.
Enseñar las normas de derecho internacional humanitario
(DIH) a los beligerantes y a los civiles atrapados en medio
de los enfrentamientos es un aporte considerable a la causa
de la paz, aunque los resultados no se vean inmediatamente.
“La esencia del DIH es el comportamiento en tiempo de
guerra”, observa Roland Bigler, delegado de difusión
del CICR en Bogotá. “Si los beligerantes aplican
dichas normas, el conflicto se circunscribe, lo que significa
que cuando llegue la paz ya se habrán allanado algunos
caminos para establecer la confianza y restaurar el orden.” |
Dr.
Guillermo Rueda, el compromiso de toda una vida
Pionero de la cirugía cardíaca en Colombia,
ha seguido la senda trazada por su padre, quien también
fue Presidente de la Cruz Roja Colombiana. Durante toda su
vida profesional, ha combinado una exitosa carrera médica
con la dedicación a la Cruz Roja, y en los últimos
18 años ha liderado con dinamismo una de las Sociedades
Nacionales más eficientes de América Latina.
Es un hombre bondadoso, modesto y muy simpático.
Tras terminar la carrera de medicina y especializarse en
cirugía, ejerce tres años en Argentina; en 1952
se traslada a los EE.UU. para especializarse en cirujía
del corazón. Luego, vuelve a Colombia y recorre el
país practicando su especialidad. Al cabo de millares
de operaciones, deja la cirugía a la edad de 65 años.
Durante la mayor parte de su carrera, el Dr. Rueda trabaja
en el Hospital San José de Bogotá, al que todavía
llama “su” hospital, tal un padre que habla de
su hijo. En parte, tiene motivos para hacerlo, pues preside
el consejo de dirección del establecimiento. Pero podría
decirse que el propio Dr. Rueda es hijo del Hospital San José,
pues allí nació, en 1923.
Su trayectoria en la Cruz Roja comienza a la edad de 12 años,
cuando su padre asume la presidencia de la CRC y su madre
ayuda a organizar las actividades de la Semana de la Cruz
Roja, en el mes de mayo. Posteriormente, imparte cursos de
primeros auxilios, organiza hospitales de campaña,
se ocupa de la formación del personal y enseña
derecho internacional humanitario, disciplina que considera
esencial para un país como Colombia, agobiado por los
problemas de la violencia. “No se trata de enseñar
el derecho humanitario, sino de aplicarlo”, dice.
La CRC ha tenido una brillante trayectoria desde que el Dr.
Rueda asumiera la presidencia, pero él atribuye el
mérito a su predecesor, que potenció la capacidad
de la Sociedad Nacional y considera que sus principales logros
han sido la creación de 11 bancos de sangre, la capacitación
de la CRC para intervenir en las catástrofes que afecten
a Colombia, sean naturales o provocadas por el hombre, y la
preservación de la neutralidad de los voluntarios.
Vicepresidente de la CRC en 1962, y presidente en 1978, el
Dr. Rueda también ha hecho carrera en el Movimiento.
De 1981 a 1985 fue Presidente de la Federación (entonces,
la Liga). Luego, presidió la comisión de desarrollo
de la institución donde también fue Director
interino del Departamento para América durante un año
y miembro de la Comisión de Paz durante 10. Asimismo,
presidió la Comisión de Finanzas del CICR durante
12 años y actualmente es miembro de la Comisión
Permanente.
El Dr. Rueda se ha dado por misión seguir desarrollando
y potenciando la capacidad asistencial de la CRC. Por lo que
se refiere a la región, espera que un día todas
las Sociedades Nacionales sean capaces de contribuir sustancialmente
al bienestar general de sus respectivos países. El
Dr. Rueda y su esposa Sonia tienen tres hijos y siete nietos.
Uno de sus hijos participa en las actividades de la Cruz Roja.
¿Le gustaría que su hijo siguiera sus pasos?
“Sería muy grato pero depende de él”,
responde.
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Labor
conjunta
La difusión del DIH es también una excelente
oportunidad para impulsar la labor conjunta en el seno del
Movimiento. Durante muchos años, la CRC ha cumplido
esta tarea en el ámbito de las fuerzas armadas y parte
de la población pero no ha podido llegar a la guerrilla
pues las leyes colombianas prohíben cualquier tipo
de contacto con los guerrilleros y los integrantes de los
grupos paramilitares. El CICR, en cambio, cuenta con la autorización
del gobierno para mantener contactos con todas las partes
en el conflicto.
La delegación del CICR en Colombia inició sus
actividades a comienzos del decenio de 1990, y en el curso
de 1995 aumentó su dotación de personal a 30
efectivos, debido al recrudecimiento de la violencia. Al disponer
de mayores facilidades de acceso a las zonas de conflicto,
puede realizar sus programas propios, destinados a impedir
que la población civil sea víctima de malos
tratos. El CICR ha alcanzado una gran capacidad de acción
en Colombia, gracias al vigor de la CRC y al gran prestigio
del que goza en todo el país. Se considera que es una
de las Sociedades Nacionales más eficientes de América
Latina.
No es sorprendente entonces que las relaciones entre la CRC
y sus colegas suizos sean consideradas armoniosas y fructíferas
por ambas partes. Las iniciativas conjuntas para 1996 comprenden:
formación, difusión, asistencia a las brigadas
sanitarias y a las personas desplazadas, y desarrollo institucional.
El CICR también mantiene buenas relaciones con el gobierno
colombiano, como lo prueba el memorándum de acuerdo
suscrito en febrero del año en curso, que garantiza
al CICR la posibilidad de establecer contactos con todos los
beligerantes.
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Urabá,
el ojo del ciclón
No hay otro sitio donde el espíritu de cooperación
y de paz sea tan decisivo como en Urabá, el “ojo
del ciclón” colombiano. Colindante con Panamá,
en el noroeste de Colombia, la región tiene valor estratégico,
ya que comunica el mar Caribe con el océano Pacífico,
y corren rumores de que allí se construirá un
canal, no lejos del de Panamá. Además, se dice
que bajo los llanos de esta tierra, ocupados esencialmente
por bananeras, hay yacimientos de petróleo. Gran parte
de la zona estuvo en manos de la guerrilla durante 20 años,
hasta que los grupos paramilitares iniciaron sus operaciones
en 1993.
En Urabá hay 60.000 personas desplazadas, que fueron
abandonando sus aldeas a medida que pasaban alternativamente
bajo el control de uno u otro bando. Últimamente, el
CICR y la CRC, con financiación de la Cruz Roja Noruega,
emprendieron una operación de socorro en gran escala
para asistir a dichas personas en los primeros días
del desplazamiento. La CRC les ayuda luego a integrarse en
las comunidades locales. “Se estima que la guerra ha
provocado el desplazamiento de 600.000 personas en los últimos
5 años”, dice Jorge
Iván López, director del programa de la CRC
en Urabá. “Para ellas, nuestra asistencia es
vital en el proceso de pacificación; de no ser así
serán los combatientes del futuro”, agrega el
señor López.
Tiroteos y puestos de control son cosa habitual en Urabá,
y muchos civiles corren peligro, ya que por cualquier motivo
alguien puede acusarlos de colaborar con alguno de los bandos.
“Un día, un hombre llamó a la puerta y
me pidió un vaso de agua. Al día siguiente,
vino gente del otro bando y me acusó de colaborar con
sus adversarios”, cuenta Arminda, de 47 años,
que dejó su hogar hace un año y se encuentra
en las afueras de Necocli, ciudad de 20.000 habitantes en
la costa del golfo de Urabá.
Los voluntarios de la Cruz Roja, socorristas y brigadistas
sanitarios, visitaron a las personas desplazadas en esa ciudad.
Además de prestar asistencia sanitaria y distribuir
socorros de urgencia, jugaron con los chicos y dieron charlas
sobre educación para la salud.
Muchos voluntarios han sufrido los efectos de la violencia,
la persecución o la “desaparición”
de un familiar secuestrado. La madre de Wilson, 27 años,
jefe de la sección de la CRC en Necocli, murió
hace un año al ser asaltada su casa. Lo normal hubiera
sido que su hijo mayor se uniera a los rivales de los asaltantes
para vengarse. “La venganza no iba a devolverle la vida
a mi madre. Hacerse justicia por sí mismo sólo
sirve para atizar el odio. Los del otro bando vendrán
después y matarán a alguien, para vengarse a
su vez”, dice Wilson con toda razón.
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La miseria no es simiente de paz
“Nuestra acción es desarrollo, nuestra presencia
es paz”. Este lema de la CRC traduce la convicción
de que existe un vínculo directo entre miseria y
violencia. Una de las principales causas de las guerras
en Colombia ha sido, por cierto, la pobreza. Aproximadamente
15 millones de personas viven en condiciones infrahumanas
y otros 3 millones se debaten en condiciones de miseria,
lo que representa más de la mitad de la población
de 33 millones.
Para contribuir a reducir la vulnerabilidad que conlleva
la miseria, la CRC inició hace dos años un
programa de desarrollo comunitario en cinco puntos del país.
Uno de ellos es Mesolandia, barrio pobre de la periferia
de Barranquilla, principal puerto colombiano del litoral
caribeño.
Los 4.500 habitantes de Mesolandia viven en hileras de
casas de un piso amobladas con lo mínimo. Las calles
son pistas irregulares de tierra pedregosa; los chicos van
descalzos y muchos llevan únicamente calzoncillos.
Los hombres se ganan difícilmente la vida pescando
por las noches en las turbias aguas de la ensenada. En un
estudio realizado hace poco por una universidad se constató
que 75% de la población gana menos de 90 dólares
al mes, y se encuentra por debajo del nivel de pobreza.
A raíz de esta situación tan precaria, en
Mesolandia cundían prostitución, alcoholismo
y desempleo, favoreciendo la violencia y el consumo de drogas.
La delincuencia juvenil, los robos y la violencia familiar
eran pan cotidiano; las mujeres eran víctimas de
golpes y vejaciones, y los niños castigados con frecuencia
y obligados a ir a mendigar al aeropuerto con la amenaza
de dejarlos sin comida si no volvían con dinero.
Había padres que prostituían a sus propios
hijos e hijas.
Hoy en día, gracias al programa de la CRC, comienzan
a apreciarse las mejoras. La violencia en general y en el
seno familiar ha disminuido considerablemente. “La
Cruz Roja ha inculcado un sentimiento de pertenencia a la
comunidad y la convicción de que hay que emplear
los propios recursos si se quiere salir adelante”,
dice Mirella Vidal, de la sección de Barranquilla
de la CRC.
El éxito del programa obedece a que la comunidad
es artífice de su propio desarrollo y la Sociedad
Nacional cumple una función de promoción.
La CRC comenzó por reunir a un grupo de personas
respetadas por la comunidad, a las que consultó sobre
los problemas que la aquejaban y las soluciones que esperaban
encontrar. Acto seguido, presentó estas ideas a las
personalidades más influyentes — el alcalde,
los médicos, los maestros y los empresarios—granjéandose
el apoyo de todos ellos. Las 25 personas consultadas inicialmente
son los líderes encargados de organizar y poner en
práctica el programa, que engloba: alfabetización,
salud, infraestructura, actividades generadoras de ingresos,
apoyo a las familias, actividades culturales y de esparcimiento,
ecología y preparación en previsión
de desastres (la zona está expuesta a las crecidas
de la ensenada). Más importante aún, la CRC
ha previsto terminar su participación en el programa
a fines de 1996, y dejarlo en manos de la propia comunidad
que lo concibió.
“No me interesan los programas de asistencia que
se derrumban cuando el organismo promotor se retira. Para
mí, la educación es un elemento esencial de
todo lo que se haga” afirma María Claudia Espíndola,
que participó en la preparación del programa,
y añade: “La educación mejora la calidad
de la vida; cuando la gente conoce sus derechos empieza
a comportarse en forma diferente.”
Cuando la comunidad obra solidariamente para solucionar
sus problemas, disminuyen las tensiones y si surgen controversias,
se resuelven dialogando en lugar de recurrir a la violencia.
Además, una comunidad bien integrada en la estructura
social de una región puede obtener la protección
de las autoridades, y la guerrilla ve restringido su terreno
de acción.
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Los
niños son el futuro
La CRC tiene la firme convicción de que para fomentar
la paz hay que comenzar por los niños, y formar generaciones
menos proclives a la violencia. El grupo idóneo para
sentar las bases de tal acción es el de los chicos
de la calle, 5.000 en total, la mitad de los cuales se encuentran
en Bogotá.
Todos los viernes de noche, una ambulancia y un equipo de
6 voluntarios de la CRC recorren los barrios de Bogotá
donde deambulan los chicos de la calle. El equipo les brinda
atención sanitaria y dental, y los servicios de animadores
sociales que escuchan sus problemas y les proponen juegos
y actividades deportivas. Las calles huelen a orina y pegamento.
Varios muchachitos aspiran los vapores de las botellas de
cola que esconden en las mangas de sus camisas. El equipo
de la CRC se esfuerza por hacerles comprender los peligros
que entraña respirar pegamento, pero es en vano pues
los chicos lo hacen para engañar el hambre y el frío.
En la ambulancia, el dentista, obtura un diente a Claudia
que tiene 14 años, hace dos años su madre le
dio una paliza y su padre la echó de casa. Vive en
la calle con su amigo Oscar de 11 años a quien examina
el médico, por dolores dorsales tras una caída.
Oscar vende caramelos en los autobuses y gana unos 2.000 pesos
(2 dólares) por día.
Los principales problemas de salud de los chicos de la calle
son las afecciones respiratorias, las dermatosis, las caries
y los parásitos. El objetivo primordial del programa
es alentarlos a dejar las calles y reintegrarse a la sociedad
pero sin obligarlos a ello. No todos recurren a la violencia
pero muchos lo hacen para sobrevivir. “Es muy probable
que un niño sin hogar más adelante sea un delincuente
y utilice armas para defenderse”, explica Helena de
Guevara, asistente social que contribuyó a dirigir
el programa.
Además, la CRC lleva a cabo otro programa para ayudar
a estos chicos. Denominado PACO (paz, acción y coexistencia),
la juventud de la CRC lo inició en 1993 y lo pone en
práctica allí donde se comprueban altos niveles
de violencia e intolerancia. En el ámbito del programa
se imparten cursos prácticos a la juventud, que incluyen
juegos destinados a desarrollar el espíritu gregario.
El propósito de PACO es enseñar a los jóvenes
a asumir obligaciones, respetar los derechos del prójimo
y refrenar la violencia.
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Todos
los caminos conducen a Roma
La CRC está edificando la paz ladrillo a ladrillo,
y es consciente de que su labor puede alentar a los colombianos
a abrazar esta causa. No obstante, la violencia se ha infiltrado
a tal punto en la vida colombiana que pasará mucho
tiempo antes de que se pueda establecer una paz duradera.
Fabricio López, jefe de difusión y protección
de la CRC, comenta que en los últimos tres años
se han incrementado en 4.000% los fondos destinados a la difusión
pero la violencia no ha remitido. “Tres años
es un plazo demasiado corto para obtener resultados. A veces
nos parece estar sembrando en el desierto pero tenemos que
seguir bregando.”
Afortunadamente, ni el tiempo ni el esfuerzo que exige esta
empresa han desalentado al personal y a los voluntarios de
la CRC. Contra viento y marea siguen haciendo cuanto está
a su alcance por mejorar las condiciones de vida de los colombianos
e inculcar actitudes más tolerantes y pacíficas
a las futuras generaciones.
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Carolyn Oxlee
Periodista independiente, ha sido delegada de información
de la Federación. |
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