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Los niños y la guerra
por Nick Danziger |
Aunque
el derecho internacional humanitario y el derecho de los derechos
humanos garantizan una protección especial a los niños,
demasiados son los que se encuentran envueltos en conflictos
armados. Cruz Roja, Media Luna Roja examina el problema y
describe la existencia de los niños en las zonas de
conflicto en Etiopía, Rusia y Sierra Leona. |
ADIARIO,
miles de personas civiles resultan muertas o heridas a causa
de un conflicto. Más de la mitad de ellas son niños.
La noción de salvar primero a las mujeres y los niños
en caso de naufragio, como el del Titanic, se ha perdido en
la bruma del tiempo. La II Guerra Mundial marcó un
hito porque el número de bajas civiles igualó
al de los combatientes. Hoy, la mayoría de las víctimas
de casi todos los conflictos armados son civiles y los niños
son los que más sufren. Según el Fondo Mundial
de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF), en la última
década han muerto dos millones de niños; seis
millones se han quedado sin hogar; 12 millones han resultado
heridos o discapacitados y hay por lo menos unos 300.000 niños
soldados que participan en 30 conflictos en distintas partes
del mundo.
Los niños son particularmente vulnerables a los estragos
de la guerra. Según un estudio de las Naciones Unidas
sobre los niños en la guerra, realizado por Graça
Machel, “la violencia física, sexual y emocional
a la que están expuestos (los niños) destroza
su mundo. La guerra socava los fundamentos mismos de la vida
de los niños, destruyendo su hogar, dividiendo sus
comunidades y mermando su confianza en los adultos”.
Curamos a los heridos de bala y metralla, proporcionamos
prótesis a las víctimas de las minas, damos
cobijo a los desplazados y los refugiados de los conflictos
actuales, pero ¿qué podemos ayudar a los más
vulnerables y los menos capaces de afrontar los efectos nutricionales,
medioambientales, emocionales y psicológicos de los
conflictos?
El Movimiento de la Cruz Roja y de la Media Luna Roja se
esfuerza por atenuar las consecuencias de los conflictos armados
en los niños. El CICR, a menudo conjuntamente con las
Sociedades Nacionales y la Federación Internacional,
presta ayuda alimentaria y médica a los niños
víctimas e intenta hallar soluciones a más largo
plazo para velar por que los derechos humanos fundamentales
del niño sean respetados en un conflicto armado.
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Las
futuras generaciones
Quién, cómo y por qué empezó
el conflicto es poco importante para los niños una
vez que se ha desatado la matanza. Sin embargo, en una mesa
redonda sobre los efectos del conflicto bélico en las
mujeres y la familia, celebrada en Addis Abeba, en junio de
este año, el presidente de Etiopía, Girma Woldegiorgis,
declaró que “la pobreza es el enemigo número
uno”.
El profesor Seyoum Gebre Selassie añadió que
mientras no haya una planificación familiar y Etiopía
no tenga familias menos numerosas, la presión sobre
la tierra y los recursos seguirá siendo una de las
causas fundamentales del conflicto.
El CICR no da abasto pues no sólo tiene que hacer
frente a los efectos inmediatos del conflicto sino también
a las crecientes disposiciones de seguridad que son esenciales
si se quiere proteger a los miembros más jóvenes
y más vulnerables de la sociedad y darles la esperanza
de un futuro decente. En el CICR, Sylvia Ladame, asesora jurídica,
de la División de Doctrina y Cooperación en
el Movimiento (“Los niños en la guerra”),
orienta al CICR hacia un planteamiento más completo
para los niños víctimas de la guerra: “Ya
no podemos centrarnos sólo en el bienestar físico
del niño, sino que tenemos que garantizar el equilibrio
entre los aspectos físicos, mentales y sociales del
menor”.
El Movimiento de la Cruz Roja y de la Media Luna Roja ha
comenzado a realizar proyectos de largo plazo que son la condición
fundamental para el desarrollo del niño. Un programa
que acaba de iniciar el CICR, Exploremos el derecho humanitario,
tiene el mérito de enseñar a los niños
en edad escolar a considerar los devastadores efectos de ignorar
los principios básicos de los valores comunes y de
influir quizás en gobiernos, autoridades locales, personal
docente y padres que son los guardianes de las generaciones
futuras. ¿Será demasiado pedir que en el futuro
cercano ningún padre diga “Me considero afortunado
porque mi hija sólo perdió una pierna”
al caer una bomba en el recinto escolar, matando a muchos
niños? Esperemos también que las normas relativas
a los niños sean de largo plazo y abarquen todos los
aspectos esenciales.
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Una infancia
truncada |
El
periodista Nick Danziger viajó a Etiopía y al
Cáucaso septentrional, región de Rusia, para descubrir
el diario vivir de los niños atrapados por el conflicto
y su forma de hacer frente a tanta dificultad. |
LLEGAMOS al asentamiento
de Beidafora cerca de Debel, después de recorrer kilómetros
de monótonos páramos en Etiopía. Cruzamos
hombres, mujeres y niños de las etnias kereyou, issa
y afar. Son de una belleza excepcional, muy esbeltos, con
rasgos delicados y ojos grandes. Todos los hombres llevan
un cayado para protegerse ellos y su ganado de su rival, con
quien han estado en guerra durante más de mil años.
Vimos antiguas viviendas con techo de paja abandonadas a causa
de la sequía y del conflicto.
Los lugareños viven en condiciones espantosas. Al
llegar, los niños desnudos y los hombres haraposos
nos quedaron mirando con temor. Amina, vestida de blanco como
tradicionalmente van las viudas, estaba sentada separada de
los hombres. Un mes antes su clan de la etnia de los afares
cayó en una emboscada en Kurbugi tendida por los issas
a causa de las tierras de pastoreo. En la emboscada siete
miembros de su clan perdieron la vida y otros siete quedaron
heridos. El conflicto, que se remonta a un tiempo anterior
al del profeta Mohammed, se originó por las tierras
de pastoreo y las aguadas. Amina debe casarse con un primo,
después de cuatro meses y diez días de luto;
él es muy pobre, como lo son todos, y no hay nadie
que cuide a sus cuatro hijos. Su hijo mayor, Orvé Omad,
de 9 años, se ocupa de los animales, pero por falta
de pastos todo el ganado de Amina ha sido diezmado.
Hassan Hambo, presidente de la aldea, explicó que
la diferencia entre morirse de hambre y vivir ha sido la distribución
de víveres efectuada por el CICR y el gobierno. “No
tenemos una respuesta a esta sequía ni al conflicto.
... No tenemos ninguna posibilidad para cuidar a nuestros
niños”.
Arasa Daoud, de 13 años, ya piensa en vengarse. “Quiero
un rifle para matar a los issas y quedarme con su ganado”.
Muchos niños son pastores y, por consiguiente, ya han
sido iniciados en el conflicto.
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Nick Danziger
El campamento Alina para personas desplazadas
de Chechenia, Osetia del Norte, Ingushetia Rusia, julio de
2003. En la sala de juego, los encargados de la filial de
Ingushetia de la Cruz Roja Rusa ayudan a los niños
a cambiar su actitud a través del juego, la música
y los cuentos. |
NICK DANZIGER

Niños de la calle etíopes de
13 y 14 años en Adigrat. Tigré, junio de 2003.
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La pobreza,
una causa profunda
Lamentablemente pocas organizaciones contribuyen a encaminar
a esta región hacia el desarrollo. El CICR, presente
en la zona debido al conflicto, es una de las pocas organizaciones
internacionales que asiste a los afares en Etiopía.
Amina me cuenta que tres de sus hijos duermen mal. Uno tiene
fiebre, otro costras y el tercero tos ferina en la noche;
ninguno recibe tratamiento, son los efectos del conflicto.
Si el límite entre la vida y la muerte puede ser una
distribución de alimentos de emergencia durante un
período de sequía, entonces una filial motivada
de la Cruz Roja o de la Media Luna Roja tiene algo que aportar.
Tigré no está lejos del calcinado suelo de
la región Afar. A pesar de que la sequía es
una realidad y un peligro pertinaces aquí, Berane Alemu,
secretario general de la filial de Adigrat de la Cruz Roja
Etíope, contribuye positivamente a mejorar la vida
de 238 niños de la calle.
Para Berane, el Movimiento de la Cruz Roja y de la Media
Luna Roja es toda su vida. Gracias a la ayuda financiera que
el CICR presta a la filial de la Cruz Roja Etíope,
el equipo de Berane administra un “campamento para huérfanos”
que alberga a 38 niños y niñas que, de otro
modo, habrían terminado sumidos en el alcohol y las
drogas, y en el caso de las niñas, en la prostitución,
la violación, los embarazos no deseados y los abortos
que ponen seriamente en peligro su vida.
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NICK DANZIGER

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En el campamento
Alina para personas desplazadas situado en la región
rusa de Ingushetia, los niños pueden jugar con
toda seguridad en el patio. |
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Apoyo
vital
Entre los 200 niños sin hogar de Adigrat, hay cuatro
muchachos de 13 y 14 años que, gracias al CICR, a la
Cruz Roja Etíope y a la iglesia católica local,
podrán ir a la escuela a la mañana siguiente.
Por 200 birr al año (25 dólares estadounidenses)
por niño, cuatro niños de la calle tendrán
cuadernos, lápices y bolígrafos. Para comer,
venden huevos cuando no están en la escuela. Pero sueñan
con invertir en un negocio que les permita obtener mayores
ganancias y poder llevar así una existencia más
holgada.
Uno de ellos, Getan, perdió a un progenitor como consecuencia
directa de la guerra. Mientras amarra una bolsa plástica
alrededor de una de sus sandalias para que ésta no
se caiga a pedazos, cuenta: “A mi padre lo mataron en
la guerra [la guerra entre Etiopía y Eritrea] y mi
madre ya había fallecido. Mi abuela no puede mantenerme
y siempre reñía con ella”. Getan faltó
a clases una sola vez, durante una semana, porque se despertó
con un dolor en el brazo. “Fui a ver un hombre que me
aconsejó que me lavara el brazo con jabón en
polvo Ajax y que luego me pusiera grasa de auto”. Berane,
el menor del grupo y el mejor amigo de Getan, quiere ser médico.
“¿Dónde guardas tus cuadernos?”,
le pregunté. “Después de hacer las tareas,
se los entrego a un comerciante local”. Más tarde
recuperamos sus cuadernos. Berane tiene una caligrafía
nítida, algunos conocimientos de inglés y buenas
notas. “Soy el undécimo de mi clase, somos ochenta
y uno”.
Como este conflicto fronterizo va amainando, el CICR no podrá
continuar financiando un programa cuya fase de emergencia
ya pasó, aun cuando el número de habitantes
de la ciudad se ha duplicado como resultado del desplazamiento
forzado de la población a ambos lados de la frontera
de Etiopía y Eritrea.
La Federación Internacional deberá centrarse
en el fortalecimiento de la capacidad local, así como
en la búsqueda de un donante para que el programa siga
funcionando y los niños continúen yendo a la
escuela. Así pues, los padres de los niños de
la calle tiene todavía menos posibilidades de que sus
hijos regresen al hogar. En un principio obligados a ir a
la calle porque sus padres no podían alimentarlos,
ahora dicen que el CICR y la Cruz Roja Etíope los cuidan
mejor que nadie.
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MEDIA
LUNA DE IRAQ / CICR

Una amenaza mortal en Iraq
En Iraq, el problema de los residuos explosivos de guerra
es grave. Con la expresión “residuos explosivos
de guerra”, se describe una amplia gama de municiones
explosivas que quedan esparcidas en una zona tras la terminación
de un conflicto y que pueden ser desde obuses, granadas de
mano, morteros y bombas racimo, hasta cohetes y misiles. Según
Johan Sohlberg, asesor regional del CICR sobre residuos explosivos
de guerra, éstos “constituyen una amenaza constante
para la población, en especial para los niños
que, inconscientes del peligro, están en contacto permanente
con los artefactos, juegan con ellos y corren el riesgo de
resultar mutilados o de morir”.
Junto con la Federación Internacional, el CICR ha
iniciado una campaña de sensibilización sobre
el peligro de las minas y los residuos explosivos de guerra.
Nuestro principal mensaje es: “Si ve algo sospechoso,
¡alto!, ¡no se acerque!, ¡no lo toque!,
¡no le arroje nada encima!, ¡y no lo levante!”,
señala Sohlberg. Los voluntarios de la Media Luna Roja
de Iraq trabajan en las zonas de riesgo, especialmente en
el sur de Iraq, donde distribuyen carteles y folletos, recopilan
datos y comunican sus resultados.
La sensibilización sobre los residuos
explosivos de guerra
es una importante actividad del CICR en Iraq.
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ANNE-MARIE
GROBET / ICRC

Centro de rehabilitación ortopédica
del CICR, Bomba Alta, Angola. |
Huir
de Chechenia
Nazarán está situada en medio de majestuosas
montañas. La capital de Ingushetia no es más
que una pequeña ciudad con una cantidad impresionante
de casas. Pero más allá de la tranquilidad aparente,
la cuarta parte de sus habitantes actuales, de los cuales
dos tercios son niños, han huido de los combates en
Chechenia o de un conflicto anterior, ahora olvidado, en Osetia
del Norte. En los centros de jóvenes y en las salas
y patios de jugar financiados por el CICR y la Cruz Roja Británcia,
la filial de Ingushetia de la Cruz Roja Rusa ha intentado
crear un refugio para los niños del conflicto.
En el campamento Alina para personas desplazadas, dos niñas
ensayan la canción principal de la versión rusa
del programa televisivo Star Academy en la sala de jugar decorada
con coloridos dibujos hechos por los niños que han
escapado de los combates en la vecina Chechenia. A primera
vista, los niños parecen bien cuidados y sanos, pero
los mayores saben que además del lastre emocional que
soportan, viven en la incertidumbre de lo que les deparará
el futuro una vez que hayan regresado a su lugar de origen.
Ahilgova es psicóloga y trabaja en una de las salas
de jugar para niños chechenos; también fue desplazada
por el conflicto en Osetia. Me cuenta que algunos niños
padecen inestabilidad psicológica. “Pueden ser
agresivos, no hablan y se pelean por los juguetes, tienen
pesadillas, y algunos se quedan paralizados de miedo al menor
ruido de helicóptero o de avión”. Ella
espera que su comportamiento cambie a través del juego
y la música, y cree que leerles cuentos y poemas los
ayudará a cambiar su modo de pensar. Ahilgova explica
que los ataques de pánico repentinos o la ansiedad
aguda son el resultado de haber presenciado la muerte de un
ser querido, la explosión de una bomba o mina, de haber
sido herido o haber visto a un familiar cercano, a menudo
un hermano mayor, ser llevado por hombres armados.
Tamila, una joven chechena de 15 años, que huyó
de los combates con sus padres, está sentada en la
biblioteca de la Cruz Roja, que tiene también una sala
de computadoras, un gimnasio y una sala para clases de inglés.
La muchacha está leyendo un libro sobre los secretos
de la civilización, me cuenta que le gusta leer a los
clásicos rusos y compara muchas de las escenas de La
Guerra y la paz de Tolstoi con lo que le tocó vivir:
mucho derramamiento de sangre y separación de los seres
queridos.
En el cuarto contiguo, se encuentra Amina, de 17 años,
sentada frente a su computadora. Se vio obligada a huir de
su hogar en Osetia del Norte a los seis años, pero
sigue ansiando volver. Mientras hablamos, el celular de Djambulat,
de 12 años, suena, se siente incómodo y no contesta,
me explica cuál es su solución a los actuales
conflictos, “Los mayores provocan la guerra, yo los
metería en la cárcel. No tienen corazón”.
Djambulat y Amina dicen que no saben cómo se desencadenaron
estas guerras.
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Nick Danziger
Autor, realizador de documentales y fotógrafo |
JEAN-PATRICK
DI SILVESTRO / ICRC

Los niños soldados son utilizados cada
vez más como mano de obra barata en los conflictos
armados, como este muchacho de Kisangani, República
Democrática del Congo. |
Los
niños soldados de Sierra Leona
Durante los 10 años de guerra civil, las facciones
armadas utilizaron a miles de niños como soldados.
Desde hace tres años, un programa de la Cruz Roja reintegra
a los ex combatientes. Pero, ¿éstos jóvenes
pueden realmente volver a casa?
Sisqo (nombre ficticio), un muchacho de 16 años, pidió
consejo a los trabajadores de la Cruz Roja porque tiene problemas
en las escuela. Quiere que su maestro deje de burlarse de
él llamándolo rebelde.
Antes, Sisqo hubiera solucionado el problema con la justicia
del más fuerte –la brutalidad que aprendió
cuando era de verdad un rebelde que luchaba contra el Gobierno
de Sierra Leona. El Frente Revolucionario Unido (FRU) secuestró
a Sisqo a los 9 años. Después de dar muestras
de su valor como combatiente, fue promovido al rango de jefe
de seguridad y dirigió a un grupo de muchachos que
saqueaba las aldeas. Enloquecidas por las drogas, las facciones
armadas de Sierra Leona erraban por el territorio robando,
incendiando casas, mutilando deliberadamente a los niños
y adultos, violando y matando.
Al cabo de cuatro años, Sisqo logró escapar
del FRU. A la edad de 13 años, estaba harto de la guerra.
Su pueblo natal, Makeni, lo repudió porque había
sido rebelde. Y su familia era demasiado pobre para mantenerlo.
Se enteró de un programa que podía ayudarlo.
El programa de sensibilización y rehabilitación
de los niños es un programa de la Cruz Roja que dura
diez meses destinado a los chicos de 10 a 18 años perjudicados
por la guerra. Algunos jóvenes combatieron, otros se
convirtieron en esclavos del sexo, en empleados domésticos
o en víctimas de la violencia. Este año 450
jóvenes están repartidos en los tres centros
de este programa, financiados por las Sociedades Nacionales
británica, sueca y canadiense y por el CICR, y dirigido
por la Cruz Roja de Sierra Leona. Los beneficiarios reciben
asesoramiento y ayuda para sobrellevar sus experiencias, se
les proporciona algunos conocimientos escolares básicos
y se controla su salud; los niños mayores aprenden
oficios diversos como el teñido de corbatas, la fabricación
de jabón, la construcción de edificios o la
sastrería. Al final del año, la mayoría
de los jóvenes están inscritos en escuelas.
Desde 2001, más de 300 niños se han beneficiado
del programa. La Cruz Roja Española prevé construir
un cuarto centro.
Al mismo tiempo que trabaja con los niños, la Cruz
Roja visita los pueblos y utiliza la representación
teatral, la danza y las charlas para alentar a los padres,
los vecinos y las comunidades a aceptar a los niños
y cuidar de ellos.
El director del programa, Bakar Sesay, indica que la Cruz
Roja explica a los lugareños que incluso los antiguos
combatientes son víctimas. “Les decimos que estos
chicos no son la causa de la guerra. Fueron arrastrados y
forzados a hacer algunas cosas. Si los abandonan el problema
se volverá a plantear. Pero si pueden darles una ocupación,
el resultado será positivo”.
Fatmata, una muchacha de 17 años, se sigue adaptando
al programa de sensibilización y de rehabilitación.
Los rebeldes la capturaron en su casa cuando tenía
14 años, amenazándola con matarla si no se unía
a ellos. Formó parte de un grupo de rebeldes y tuvo
a su mando a otros quince niños. Logró liberarse,
pero el desenlace aún no ha sido feliz. Se peleó
con su madre porque ésta le dijo que siempre sería
una asesina. Por otra parte, Fatmata se enteró de que
estaba embarazada de su novio que, al saber por un ex combatiente
del FRU que ella había combatido con los rebeldes,
la abandonó y negó que el bebé fuera
suyo. Ahora en el marco del programa, Fatmata lucha por ella
y su bebé de 11 meses. Espera ganarse la vida vendiendo
las telas que tiñe. Cuando le pregunté si su
futuro sería mejor, asintió dubitativa. Se le
cayeron las lágrimas. Forma parte del programa desde
hace sólo unos pocos meses y teme por su futuro.
Fatmata es una de las varias decenas de ex combatientes que
viven en Rokel, pueblo situado cerca del centro Waterloo perteneciente
al programa. El presidente electo, Tunde S Coker, señala
que algunos habitantes de Rokel se mostraban reacios a aceptar
a los ex combatientes. Es comprensible; en algunos casos,
los niños se vieron forzados por los rebeldes a matar
a sus padres, seccionarles los miembros o violar a su propia
madre. Los lugareños se ofendieron por el trato especial
que se dispensa a los niños – asesoramiento,
educación, formación y una comida caliente en
el centro.
“Lleva tiempo perdonar y olvidar pero es parte del
proceso de sanción de toda nuestra comunidad”,
concluye el secretario del pueblo, Septimus A Saffa.
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Rosemarie North
Enviada a Sierra Leona por la Federación Internacional. |
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